Fragmento: Parásitos sin importancia

Fragmento: Parásitos sin importancia
06/09/2022 Alexandra Pareja

El niño del más allá 

 

Cuando mi tía me preguntó desde el otro lado del teléfono que si ya estábamos listos para salir, no se me ocurrió decirle otra cosa distinta a que yo acababa de morir. Se lo dije así, como sin pensar demasiado las consecuencias. No había tenido mucho tiempo de planear todo, ni sabía bien de qué se trataba su llamada, pero pues me lo imaginé, y la frase me llegó como de la nada: lo siento, tía, pero infortunadamente yo me acabo de morir.

Aunque intenté sonar lo más serio que pude, ella desde el comienzo pensó que era un juego y no me creyó. Me siguió la corriente entre risas un rato, pero ya después de que yo le seguía diciendo lo mismo y lo mismo, como que se empezó a preocupar.

Escuché a mi hermana apagar la ducha, y como ella siempre se queda como media hora encerrada en el baño después de bañarse, aproveché para hacer más creíble mi historia y le dije a mi tía que no, que mi hermana no podía pasar al teléfono porque estaba ocupada haciendo todas las vueltas de mi entierro, averiguando el precio del cajón y todo eso, y consiguiendo una iglesia para que se hiciera la misa.

Como mis papás habían salido muy temprano esta mañana a un entierro de verdad y nos habían dejado solos en la casa, tuve el presentimiento de que mi tía decidiría venir a comprobar si todo estaba bien. Por eso quise cambiarle el tema para que se distrajera y se olvidara de mi muerte lo más rápido posible, y así cancelara la invitación a almorzar que yo creo que nos iba a hacer.

Porque eso es así, según he visto: con el tiempo ya nadie se acuerda tanto del pobre que se murió, y en cambio sí siguen sus vidas como si nada hubiera pasado. Eso por lo menos me pasó a mí cuando se murieron mis abuelos, los papás de mi mamá. Es más, creo que ellos ya no me hacen falta, y eso que fue hace como tres años, si no estoy mal, cuando yo tenía como cinco o seis. De hecho, cuando me acuerdo de ellos solo se me vienen recuerdos en que siempre estábamos pasando bien: en Navidad entregando regalos, o riéndonos de algún chiste que hiciera mi papá.

Le pregunté entonces, para distraerla de la invitación, para que solo le quedaran mis recuerdos y siguiera con su vida normal, que a dónde hubiéramos ido de no haber ocurrido esta desgracia, y le pregunté que si habría ido también mi tío y mi primo grande, o que si solo éramos los tres.

Ella siguió diciéndome que de dónde había sacado eso, que me dejara de juegos porque se nos hacía tarde, y que le dijera a mi hermana que se apurara porque ya iba a salir por nosotros para ir al club a almorzar. Obvio yo le respondí que no, que lástima, que la comida del club sí me gustaba y todo, pero que en este momento tocaba cancelar el plan porque yo no tenía ya un cuerpo humano. Le dije que, de haber estado todavía vivo, me habría muerto de la felicidad de ir al club. Ahí mismo me dio risa usar esa palabra en la situación en la que estaba, así que me arrepentí. Me pareció de alguna manera poco serio que un fantasma se riera de esa manera tan infantil. Y en efecto, con ese comentario claramente mi tía me dejó de creer y se echó a reír de una manera más natural que las otras, y me dijo que estuviéramos listos porque ya salía. Ahí colgó.

En este punto no me quedó otra opción. Si quería conseguir mi tarde libre jugando Play, debía lograr que mi tía no subiera hasta el apartamento y que mi hermana y ella no pudieran hablar. Yo las conozco, sobre todo a mi hermana, que por ser la mayor como que cree que me puede mandar, y estoy seguro de que aun si le digo que estoy muerto no me dejaría descansar en paz. Seguro ni entendería bien la noticia y me terminaría arrastrando hasta ese club, como si yo fuera parte de su mundo y del de mi tía para toda la eternidad.

En realidad, lo mejor sería que todos oyeran de una vez por todas lo de mi muerte y como que lo asimilaran de una vez, pero pues no sé, también creo que esas cosas deben tomar tiempo. Nada más anoche, cuando se enteraron de lo del funeral de hoy, mi papá le dijo a mi mamá que lo mejor era que descansara bien, que se tomara unos calmantes y que al día siguiente se iba a sentir mejor. Que después de dormir uno veía las cosas con más claridad, algo así le dijo; y que seguramente luego lo recordaría por todas esas cosas tan bonitas que habían vivido juntos. Por las pinturas que le había hecho, en vez de estar así que porque igual ella no hubiera podido hacer más de lo que hizo.

Yo no entendí bien a qué se referían, porque creo que ni conocía al pobre que se murió, pero mi mamá no respondió. Más bien se quedó pensativa y abrazó un rato a mi papá, creo que llorando. Luego creo que mi papá también se puso a llorar dentro del abrazo.

El caso es que si le contaba a mi hermana no iba a tener el tiempo de olvidarse de mí antes del almuerzo, y aun después de enterarse iba a insistir en llevarme al club. Por eso la tuve que engañar: le grité desde afuera de su baño que si tenía hambre, que qué íbamos a almorzar. Ella apagó algún aparato que estaba usando, como una plancha para el pelo o una cosa de esas, y entreabrió la puerta para asomar la cabeza. Después de repetirle mi pregunta me dijo que se le había olvidado decirme que mi tía nos había invitado a almorzar, que me alistara porque ya debía estar por llegar. Yo fingí a la perfección mi decepción mientras le contaba que no, que qué mala cosa, pero que justo acababa de llamar a decir que se le había presentado un asunto y no nos podía recoger. Ahí mismo le pregunté que si mis papás nos habían dejado plata para almorzar antes de irse para su entierro. Ella hizo un gesto que no entendí bien y volvió a cerrar la puerta de su baño. Al final me gritó que sí, que le pidiera a ella una ensalada de no sé dónde y yo lo que quisiera.

Con la excusa de pedir le pregunté por su celular gritando de nuevo a través de la puerta. Me dijo y lo encontré en el piso entre la ropa que se acababa de quitar en su cuarto; lo apagué y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón.

Aunque todo parecía salir bien en el más allá, aún tenía algunos cabos sueltos que atar en el mundo de los vivos. Fui a la cocina y levanté el citófono. Estaba seguro de que mis papás habían salido hoy muy temprano, antes del cambio de turno de los porteros, así que con mucha confianza le dije a Migue la excusa que tantas veces le oí decir a mi mamá: que si llegaba alguien dijera que no estábamos en casa. Le dije que mis papás estaban en su cuarto con dolor de cabeza y que me habían pedido el favor de avisarle que no querían ningún tipo de visitas, en especial de mi tía. No sé si me creyó.

Después fui a desconectar el teléfono fijo para cerrar el último canal de comunicación que me quedaba con el mundo de los vivos, y así poderme dedicar a mi juego con total tranquilidad. Bueno, el último canal que estaba a mi alcance, porque estoy seguro de que ante mi noticia y el silencio de mi hermana, mi tía llamaría a mi mamá. La lógica me decía que esa invitación a almorzar se debía a que mis papás la habían llamado seguramente antes de salir a su entierro para decirle que estuviera pendiente de nosotros, o algo así, mientras ellos iban a ese funeral, así que la comunicación entre ellas dos era inevitable. Pero ante eso no había nada que yo pudiera hacer; la libertad que otorga la muerte viene acompañada de cierta pérdida de control sobre los vivos.

Sin duda habría preferido darle la noticia de mi muerte a mis papás directamente para que no se preocuparan, pero pues eso ya estaba fuera de mi alcance: mi tía los estaría llamando en este momento a contarles lo que pasó, dada mi no tan buena actuación en el teléfono. Me tranquilicé pensando que, de cualquier manera, sin importar quién les daba la noticia, lo iban a tener que asumir. Les iba a costar trabajo, seguro que sí, pero con el tiempo me iban a tener que olvidar.

Seguramente al comienzo no lo iban a creer, como le pasó a mi tía, pero eventualmente seguirían adelante con su duelo. Posiblemente se arrepentirían de no habernos llevado a ese entierro al que con tanta urgencia tenían que ir. Pero esa culpa no les debería quedar tampoco por mucho tiempo, porque pues un niño nada tiene que hacer en un sitio como ese. Además, de haberme dicho que fuera, yo seguramente les habría dicho que no, porque estoy seguro de que cualquier muerto prefiere sin duda que lo dejen descansar en vez de molestarlo con visitas.

En fin, esa tristeza les duraría algún tiempo más, no sé cuánto, y creerían que lo que pasó no es cierto. Pero ya después entrarían en la mejor etapa, creo, en la que quisiera que todos estuvieran respecto a mí: el momento en que ya no se siente la necesidad de la persona, las ganas de querer tenerla ahí y verla; la etapa en que ya no queda nada de las críticas y los regaños, ni se espera nada de él. Sino que solo se acuerdan de las cosas chéveres que hizo, de las pinturas que dejó, de los buenos momentos.

Es más, si mis papás logran llegar rápido a ese punto, pues no le veo nada de malo en llamar también al colegio y contarles la noticia. De pronto así dejan de exigirme y ponerme trabajos que no quiero hacer, sino que se quedan con los recuerdos cool de mí. Lo bueno que era jugando fútbol, seguro, o que a pesar de que no participaba mucho en clase en los exámenes siempre me terminaba yendo bien. Por lo menos en la clase de arte, seguro, o pues en deportes que siempre me iba bien. Quién sabe, de pronto hasta a la profesora de Math le terminaría haciendo falta la manera como yo molestaba en clase con mi mejor amigo, porque pues con mi muerte esa era una experiencia que ella nunca volvería a tener. Por lo menos no conmigo.

Por ahora solo me quedaba disfrutar de la libertad de mi muerte. Así que conecté el teléfono rezando para que no entrara una llamada justo en ese momento y pedí una pizza grande de pepperoni. Me encerré en mi cuarto y prendí el Play. Empecé el juego y me olvidé de todos los demás, de los que con el tiempo también se iban a olvidar de mí. Había conseguido mi tarde libre en el más allá.

O eso pensé. Porque las cosas no salieron como las planeé. A pesar de que no dejé cabos sueltos, mi tía y mi hermana terminaron esquivando todos mis obstáculos y lograron hablar entre ellas. La verdad aun no sé cómo, pero el caso es que en un abrir y cerrar de ojos terminamos los tres dentro del carro, sin que yo siquiera hubiera tenido tiempo de contraatacar. Tal vez me descuidé.

Lo más extraño de todo no fue que hubieran hablado aun cuando yo creía tener todo controlado, sino que no terminamos yendo al club para almorzar, como me habían dicho, y en cambio resultamos en el entierro al que habían ido mis papás. Seguro a última hora entre todos los vivos decidieron que era mejor que acompañáramos primero a mis papás y luego fuéramos juntos a almorzar, quién sabe, o de pronto el tal velorio ese quedaba de camino al club.

El caso es que sin que me dieran ninguna explicación llegamos y estaban mis papás y muchos otros familiares y desconocidos en grupitos hablando en un salón lleno de velas y de flores. Todos estaban tristes y hablaban pasitico, me imagino que porque así tiene que ser en esos casos. También se me hizo raro que estaban elegantes, como si fueran a una comida o algo así, y que las mujeres en su mayoría llevaban gafas oscuras, pues como si estuviera haciendo mucho sol. Pero lo más raro de todo fue que el ataúd se me hizo mucho más pequeño de lo que yo me hubiera imaginado, y era blanco, diferente a todos los que yo había visto en películas y cosas así.

Apenas llegamos, mientras los adultos se saludaban y eso, yo aproveché para ir a ver al muerto en el cajón, porque la verdad nunca había visto uno aparte de mí. Cuando estaba a punto de llegar me dio un poco de miedo y me arrepentí. Por un momento pensé en devolverme a decirle a mis papás que me acompañaran a mirar, pero al final tomé fuerzas y me decidí. Tenía que ser valiente y aprovechar. Además, por qué iba a darme miedo ver un muerto, cuando era yo el que estaba en esa condición.

 

 

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Felipe Ordóñez.