
Hay que ser valiente para decirse poeta en tiempos de penuria. ¿A quién se le ocurre refugiarse en la habitación del lenguaje (tan oscura) mientras afuera reinan la peste y la violencia? Esa habitación del lenguaje, en palabras de un filósofo alemán, es “el recinto del mundo interior” al cual se retiran “los más arriesgados”, que no son otros que “poetas en tiempos de penuria” o también “poetas en la noche del mundo”.
Varias virtudes deslumbran en la poesía de Juan Vicente Piqueras: su inventiva lingüística, su musicalidad, la afectuosa ironía, la contenida vena melancólica, el giro inesperado que salta de la tristeza a la risa, al asombro visual. Piqueras es un poeta completo, auténtico, hondo: en su versificación medida y en la desmedida; en los tiempos idos, en el presente intenso y en el irremediable futuro; en los afectos familiares y los amores fallidos; en lo cotidiano y en lo áureo y antiguo. Puede ser a la vez clásico y contemporáneo, formal y vanguardista, pero siempre luminoso y claro, nunca hermético. Un poeta virtuoso que nos conmueve, nos enseña, que nos conmueve y consuela incluso cuando nos desengaña, en el sentido de quitar los velos a nuestros propios engaños.
Piqueras se declara “español, a la manera de aquellos que no pueden ser otra cosa” o también: “Yo vengo de un país donde no vivo, / procedo de un lugar del que me fui”. Y así es, pues él siempre ha vivido alejándose y yéndose de algún sitio. Yéndose de su aldea campesina, Requena, a estudiar en la capital, Valencia. Yéndose de la capital al Castillo de Chamousseau, de ahí a Roma, Atenas, Argel, Lisboa, ganándose la vida casi siempre como profesor de lengua castellana. Ahora ejerce ese mismo oficio en Ammán, la capital del reino de Jordania. Que se haya dedicado a enseñarles español a los extranjeros se hace evidente en algunos de sus poemas, como en este jocoso “Señor pluscuamperfecto de subjuntivo”: “Y mañana dirá: si hubiera hecho / lo que quería, si hubiera querido, / si en vez de dudar tanto hubiera ido. / Pero él es el eterno insatisfecho. / Los verbos se le pudren en el pecho. / En vez de un ser es un hubiera sido.”
La habitación del lenguaje, dije arriba, para referirme a la casa donde viven los poetas. Juan Vicente Piqueras habita como pocos en ese cuarto inmenso, aireado, claro y oscuro al mismo tiempo, de esta lengua en que vivimos y nos vive. Y se ocupa también de cuando esta se nos esfuma: “Mi padre fue perdiendo poco a poco el lenguaje. / Y empezó por los nombres. Lo primero / que olvidó su cerebro no fueron los adverbios / ni los pronombres ni los adjetivos, / como uno estaría tentado de creer, / ni las motas de polvo de las preposiciones, / sino los sustantivos. / La manzana dejó de ser manzana, / el vaso pasó a ser eso /y quienes se acercaban dejaban de llamarse.
Texto: Héctor Abad Faciolince.